Cuando nacemos, todos recibimos un nombre, que generalmente escogen nuestros padres.
Es nuestro “nombre civil”, que nos identifica en nuestros documentos y ante nuestros semejantes, y aunque el mismo en algunos casos no nos agrade (llegando incluso a poder cambiarlo) nos acompaña por toda la vida.
Pero también existen otros nombres, que reciben aquellos que hacen un camino de crecimiento interior a través de distintas instituciones, y que es considerado con la misma importancia que el que nos dan cuando nacemos.
Es el “nombre espiritual”.
Así es que, por ejemplo, a las monjas y monjes cristianos se les da un nuevo nombre cuando son consagrados. Incluso el Papa al ser nombrado elige otro nombre, distinto a su nombre civil.
Lo mismo sucede en el budismo y en el yoga.
Esto no quiere decir que se elimine el nombre civil, que sigue teniendo todos los efectos legales establecidos.
En Yoga, el nombre espiritual es Sánscrito, y los yoguis vedicos, solo emplean este nombre en las actividades propias de la escuela, utilizando el “nombre civil” fuera de ella.
Para todos los yoguis el nombre espiritual es una manera de denominar al Ser, al Alma, de identificarnos mejor con ella.
De igual forma que nuestro nombre civil nos identifica con nuestro cuerpo físico, el nombre espiritual nos identifica con nuestro cuerpo espiritual.
Además, el nombre espiritual nos ayuda en las meditaciones y oraciones, recordándonos que somos seres que deseamos evolucionar espiritualmente, reforzando y acelerando ese camino a nuestro destino mas elevado.
Es una bendición vibratoria ponderosa, y solo debemos usar nuestro nombre espiritual con reverencia y respeto.